A los dos años las rabietas de mi hijo eran impredecibles e impresionantes. Sin diagnóstico, verlo así era totalmente frustrante. Cargarlo o llevarlo en brazos no aminoraba su estado, lo exacerbaba por su resistencia a ser tocado que desde luego yo desconocía. Cierta madrugada algo pasó. Salimos de su habitación y entre gritos y forcejeo señaló un video de Los Simpsons de esos grabados por mi hermano apilado junto a unos libros. Al preguntarle sí quería ver el video me respondió con una sonrisa que extinguió su llanto. Y así durante varias semanas estos personajes ojones y amarillos fueron mi salvavidas y el de mi hijo. Sin otra forma o conocimiento de manejo, sin importar los regaños del pediatra, que lejos de aconsejar juzgaba bajo el prejuicio demalcrianza de un niño consentido, sin importar que no fuera un cartoon creado para niños precisamente y dado el disgusto que le producía…
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