No estoy en contra del enfado. Debo reconocerlo. En mi vida he aprendido a valorarlo, pues cada vez que me enfadaba era porque algo dentro mío me estaba queriendo decir que no estaba de acuerdo, que no era feliz…que no estaba bien.
El enfado me ha permitido poner límites. Decir «¡BASTA!, NO PUEDO MÁS CON ESTO», parar, detenerme a mirarme, a escucharme. He debido aprender a canalizar mi enojo si, y también a darme permiso para estar enfadada. De niña parecía que estaba mal enfadarme. No nos daban derecho a protestar, a manifestar nuestro malestar cuando no nos tenían en cuenta.
Con mi hija aprendo a aceptar su enfado. Sin juzgarla, sin criticarla. No estoy dispuesta a reprimir su emoción. Ayer en la calle se enfadó mucho por algo que no quise comprarle (aunque claramente sé que su enfado no fue por eso sino que venía acumulándose a lo largo…
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