Recuerdo un penoso episodio en mi educación media superior, cuando en la escuela llevé la materia de orientación vocacional.
Aunque nunca lo reconoció abiertamente, la «profesora» que «impartía» la materia era una religiosa. De ahí los entrecomillados de la frase anterior.
En términos abstractos, el hecho de que una mujer sea religiosa, no le impide ser, también, profesora. Pero este no era el caso.
La mujer estaba absolutamente cerrada a sus conceptos y no admitía ninguna discusión. Lejos de propiciar el intercambio de ideas, lo impedía a toda costa. Entonces, yo suponía que se trataba de intolerancia pura, pero con los años concluí algo distinto: la intolerancia pura era el disfraz; en el fondo, ella no era profesora, jamás había estado frente a un grupo (menos de adolescentes) y no tenía la menor idea de cómo guiar a nadie en nada, como no fuera –y eso está por verse– en…
Ver la entrada original 798 palabras más